Sergio Arancibia: Mujeres y hombres en el mercado del trabajo

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La población femenina en edad de trabajar, es decir, las que tienen 15 años o más alcanza – a fines de enero y según los datos del INE – a 8.073.400 personas, mientras que la misma categoría, para hombres, suma solo 7.744.320 personas. Hay aproximadamente 330 mil más mujeres que hombres en condiciones de trabajar.

Los datos oficiales, a enero del 2021, muestran que existen en el país 925 mil desocupados, 801 mil ocupados ausentes, 1 millón 225 mil inactivos potencialmente activos y aproximadamente 2 millones 167 mil chilenos trabajando en el sector informal.

Esos datos globales, sin embargo, ocultan la situación diferenciada que enfrentan hombres y mujeres, haciendo menos visible la situación de estas últimas.

La población femenina en edad de trabajar, es decir, las que tienen 15 años o más alcanza – a fines de enero y según los datos del INE – a 8.073.400 personas, mientras que la misma categoría, para hombres, suma solo 7.744.320 personas. Hay aproximadamente 330 mil más mujeres que hombres en condiciones de trabajar.

De esa suma de personas en edad de trabajar la cantidad de mujeres que están fuera de la fuerza de trabajo son 4.359.860, mientras que los hombres que están fuera de la fuerza de trabajo son solo de 2.411.230 trabajadores. Las mujeres, aun siendo más, están en mayor medida fuera del mercado del trabajo. Participan en forma minoritaria en el mercado del trabajo, tanto como ocupadas y como desocupadas. A nivel nacional, la tasa de ocupación – ocupadas como porcentaje de la población en edad de trabajar – es de 28.5 % para las mujeres y de 50.6 % para los hombres, según la encuesta Casen del 2017. Esa situación se agrava más aun para las mujeres de los sectores de más bajos ingresos.

En esa cantidad de mujeres que están fuera de la fuerza de trabajo, aun cuando están en condiciones de trabajar, se encuentran las estudiantes, las enfermas y las mujeres de tercera edad. Pero aun restando esas categorías, queda una cantidad importante de mujeres que permanecen en sus casas, haciendo las “labores del hogar” o siendo “dueña de casa”. Éstas, aun cuando trabajen todo el día, no reciben una remuneración por el trabajo que realizan, razón por la cual en las estadísticas sociales y laborales no figuran como ocupadas. Para ser ocupadas hay que trabajar en forma remunerada. Cualquier otra forma de trabajo, no es trabajo. Así son las estadísticas. Tampoco están desocupadas, pues no están buscando trabajo, ni han sido despedidas recientemente de alguno.

En cuanto a la condición de ocupados, hay 4.816.040 hombres en esa condición y solo 3.705.380 mujeres. Repetimos: ocupados significa recibiendo remuneración por la actividad que se realiza.

Los desocupados, a su vez, que son la parte no ocupada de la fuerza de trabajo, pero que busca trabajo, está constituida por 517.060 hombres y 408.150 mujeres. Los inactivos potencialmente activos – que son inactivos pero no desocupados, pues no están activamente buscando trabajo, pero estarían dispuestos a trabajar si las condiciones del mercado cambiaran – son 546.770 hombres y 678.860 mujeres.  Si sumamos los desocupados y los inactivos, se llega a que la cifra correspondiente a mujeres es mayor que la cifra correspondiente a hombres, lo cual significa que hay una cantidad superior de mujeres que tiene disposición a integrarse al mercado del trabajo, pero no lo hacen o no pueden hacerlo en el presente.

Toda esta situación, que golpea, margina y le resta valor a una parte importante del trabajo socialmente necesario que llevan adelante las mujeres, es una situación que debe abordarse en los debates constitucionales y/o legales que sacuden hoy en día al país.  Para meramente contribuir a ese debate sobre las políticas públicas que pueden llevarse adelante en este frente, quiero mencionar tres sugerencias: primero, la capacitación femenina masiva encaminada a cerrar la brecha digital, con pago o beca a todas las alumnas, en horarios flexibles e incluso con el estímulo del obsequio un computador personal para los que terminen y aprueben el curso. En segundo lugar, cursos igualmente masivos, en horarios flexibles y con alumnas becadas, que permitan a las mujeres culminar su educación media. Tercero, transferencias mensuales en efectivo a las mujeres de bajos ingresos familiares con hijos u otros familiares a los cuales cuidar, para que lleven adelante esa tarea. Cualquiera de estas medidas – y más aún dos o tres de ellas – ampliaría el conocimiento y la vinculación de las mujeres con el mundo laboral, social y político y, en otras palabras, aumentaría su empoderamiento.

Contenido publicado en El Clarín

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