De acuerdo a Sprinkle —líder global en generación de contenido en redes sociales—, diariamente se producen cerca de 19 millones de interacciones en redes sociales y sitios informativos online sobre el tema.
Brandwatch identificó en un estudio reciente que el sentimiento general que rodea estas publicaciones es mayoritariamente negativo. La emoción predominante es el miedo a la enfermedad y a una muerte cercana. Pero también se manifiestan otros temores: al aislamiento; a perder el trabajo y retroceder generacionalmente en las conquistas materiales alcanzadas; a darnos cuenta de una excesiva hiperdependencia de lo digital, lo virtual y el distanciamiento de los afectos presenciales y la realidad más allá de un click.
Son todos miedos que a la postre, más que instalarse como sentimientos paralizantes, están motivando u obligando a construir una reflexión y crítica creciente a una identidad personal y comunitaria centrada en lo digital. Miedos que gatillan voces que hablan de la necesidad de avanzar hacia una nueva era postdigital una vez superada la pandemia. ¿Qué quiere decir esto?
La ocurrencia de un fenómeno que el investigador cultural Florian Cramer ya describía en 2014 como un momento post digitalización, en el cual lo digital no significa revolución, sino cotidianidad y familiaridad, pero también relaciones más críticas con los dispositivos y plataformas. Un debate respecto del marco ético y regulatorio que existe detrás del diseño, uso y explotación de las TIC, del Big Data o de la inteligencia artificial.
En esta línea, la multinacional Accenture anunciaba hace pocos meses que lo digital ya no caracterizaría el valor diferencial de ningún negocio. ¿Ello implica un derrumbe de la era digital? No. Lo que se infiere es que la era post pandemia pondrá paños fríos y resignificará las premisas y comportamiento propios de una economía digital.
Es probable que, superada la crisis, sean las propias personas las que progresivamente se autoimpongan mecanismos de control y autogestión de su tiempo online, para complementarlo con experiencias presenciales, valóricas, más auténticas. Y ello necesariamente obligará al sistema económico y político a enfocarse en estrategias, políticas y modelos que promuevan intercambios interpersonales, familiares y comunitarios significativos, que superen el campo alienante, y muchas veces individualista, de lo digital.
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