Antoni Gutiérrez-Rubí: La responsabilidad de las élites

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El gran maestro del liderazgo, el austriaco Peter F. Drucker, considerado el mayor filósofo de la administración del siglo XX, publicó en septiembre de 1993 en The Wall Street Journal un breve y vibrante texto con el sugerente título “Seis reglas para presidentes”.

¿QUÉ HACER? Es lo primero que el presidente debe preguntarse. No debe obstinarse en hacer lo que desea, aunque eso fuera el centro de su campaña. Segunda regla, concentrarse, no diversificarse. Tercera, no apostar a una sola cosa por segura, por definitiva. “Un presidente efectivo sabe que no hay una política libre de riesgos”. Cuarta, un presidente efectivo no microadministra. Se centra en lo fundamental, en lo central. Quinta, un presidente no tiene amigos en la administración. “Fue la máxima de Lincoln. Un presidente que haga caso omiso de esta vive para lamentarlo. Nadie puede confiar en los ‘amigos del presidente’. ¿Para quién trabajan? ¿En favor de quién hablan? ¿A quién realmente informan?”. ¿Y la sexta regla? Es el consejo que Harry Truman dio al recién electo John F. Kennedy: “Una vez que uno resulta electo, hay que dejar de hacer campaña”.

TIEMPOS INCIERTOS Vivimos tiempos inciertos y complejos. El futuro ha dejado de ser un escenario seguro y prometedor. Hay miedo y desconfianza. El liderazgo político se ve exigido como nunca y desnudo, con todas sus limitaciones, ante la opinión pública. El aprendizaje del pasado, la lectura de los clásicos y la humildad necesaria para aprender de ellos se imponen si se quiere intentar estar a la altura de los retos a los que hay que enfrentarse. La historia no se repite, pero nos advierte e inspira.

LA PARADOJA DEL PODER El libro La paradoja del poder: cómo ganamos y perdemos influencia, de Dacher Keltner, describe el fenómeno de la paradoja del poder como un patrón según el cual las personas se elevan en función de sus buenas cualidades, pero su comportamiento empeora cada vez más a medida que ascienden. Ganan el poder con la empatía, lo pierden con la arrogancia. Hay investigadores que van más allá e identifican esta paradoja como el síntoma del síndrome de hibris, un antiguo concepto griego que alerta sobre el efecto autodestructivo del exceso de orgullo y confianza en uno mismo. La línea que separa la seguridad y la temeridad es, a veces, muy delgada. A lo largo de la historia, este síndrome ha acabado atrapando (y devorando) a grandes líderes.

NO HAY MARGEN El shock económico y social del momento actual no admite frivolidades, tacticismos ni efectismos. La responsabilidad de las élites sociales y de los líderes políticos es indelegable e irremplazable. Hay que aparcar las vanidades y las ambiciones –ambas legítimas– por un ejercicio coral de la gobernabilidad compartida. Esta crisis demuestra que nadie sobrevive solo, que lo colectivo y compartido se ha convertido en la más segura y lúcida de las miradas y soluciones. El virus confirma que no hay muros, torres ni atalayas seguras para defendernos si no es juntos, todos y en cooperación.

TRANSPARENCIA Esta dolorosa crisis también nos transparenta frente a los demás, nos deja en evidencia. Los electores y ciudadanos volverán a valorar lo auténtico, lo sincero, lo genuino. Caen las máscaras, los accesorios, lo superficial. Algunos habían reducido la política a su propio espejo. Ahora estamos todos expuestos en un aparador público. El ridículo de algunos com­portamientos y propuestas emerge sin pudor. Sería cómico si no fuera tan ­trágico.

Vuelvo a Drucker: “Administrar es hacer las cosas bien, liderar es hacer las cosas correctas”, decía el ensayista. Corremos el riesgo de no hacer ni una cosa ni la otra. La responsabilidad de las élites es definitiva. Esta crisis nos impacta y compromete a todos. Pero no todos tienen la misma responsabilidad.

Contenido publicado en La Vanguardia

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